El Vals sigue dando Vueltas

A 100 AÑOS DE LA MUERTE DE JOHANN STRAUSS II, EL AUTOR DE DANUBIO AZUL

Desde los salones vieneses del siglo pasado hasta la fiesta de casamiento del próximo sábado, el vals conjuga belleza y vigencia. Aquí, la rica historia del género. Y sigue el baile.

Púm, chan, chan, púm, chan, chan... Esta noche, como todas las noches desde hace ya mucho, mucho tiempo, una fiesta llegará a su clímax cuando él y ella, por fin, bailen el vals de los novios. Púm, chan, chan... Una ceremonia en tres por cuatro que cada dos tres, hoy como todos los días, formaliza algo así como la cesión y consentimiento que los padres, primeros partenaires de los novios, ofrecen sus respectivos hijos a sus respectivos consortes.

Patadura o virtuoso, quien quiera fiesta de casamiento, tendrá que bancarse, hoy día y estadísticamente hablando, el correspondiente vals. Púm, chan, chan... He ahí el ritmo de tres, donde el pum corresponde, en la orquesta de cuerdas, al contrabajo; y el 2chan-chan, al acompañamiento y complemento armónico de las violas y segundos violines. Púm, chan, chan... En caso de contarse con un timbal, o bien una gran cassa o bombo, y un redoblante o tambor militar, el parche grandote se ocupa del pum, y el parche de sonido metálico de los chan, chan. Mientras tanto, liberados de ritmo y armonía, los primeros violines se ocupan de flotar melódicamente sobre la más simple y famosa de todas las bases musicales de origen europeo.

De aquel refinado y ceremonioso minué -que animaba los aristocráticos salones de los viejos tiempos- a la irrupción festiva del vals plebeyo y burgués, tuvo que haber una Revolución Francesa en 1789 que bajara copetes, demoliera monarquías y consagrara definitivamente la nueva supremacía burguesa. Púm, chan, chan...: el feudalismo mutaba a capitalismo en ritmo de tres.

El frío y jerarquizado protocolo cortesano, la estudiada cortesía, cedía su lugar a una expresión más libre y natural de la seducción, al apenas contenido erotismo de la pareja que se abraza y mece y mira y ríe al ritmo de un vals. La era del vals alcanzó su apogeo, forma y sustancia más perfectos en aquellas festicholas que iluminaron la noche vienesa con la luz de Johann Strauss hijo. Haciendo un parangón más burdo que absurdo, se podría homologar aquellos jolgorios con cualquier bailongo porteño, esos salones con un buen boliche local, y a los discjockeys o circunstanciales bandas actuales con cualquier orquesta de la dinastía Strauss o sus competidores.

El baile y las ganas de bailar son un matrimonio eterno y omnipresente. A pesar de que en Strauss se honra justicieramente a la máxima figura del género, el vals no fue un invento de Strauss. Desde mucho tiempo antes, el sur de Alemania era el escenario de bailes campesinos que son el antecesor directo del género. Entre el minué y el vals medió la contradanza, que a mediados del siglo XVIII se expandió por toda Europa, capturando transitoriamente los favores de los bailes públicos, más democráticos que las cerradas celebraciones de la alta sociedad.

La idea de bailar abrazados es un mérito, si así puede valorarse, de la cultura europea, aun con las circunstanciales resistencias y hasta excomuniones que merecieron inicialmente algunos géneros, como el tango, aparentemente excedidos en el uso del legítimo contacto físico.

Es más. Con éste y otros ritmos, las clases rurales y aldeanas se habían atrevido durante siglos a permitir que los hombres empuñaran a sus mujeres de la cintura y se fundieran en un abrazo danzante visto como procaz y vulgar por las más reprimidas, al menos en público, clases altas urbanas. Que resistieron todo lo que pudieron la entrada del vals a sus cotos de fiesta, hasta que púm, chan, chan... la tentación del abrazo fue superior a los pruritos.

Luego de conquistar toda Europa, la Europa conquistadora hizo llegar el vals a toda América. En nuestro país, se verifican herederos en línea directa del género. En su Suite chamamesera, que reúne ritmos característicos del Litoral, Antonio Tarragó Ros dedica su tercer movimiento al Valseado campesino, cuyo púm, chan, chan apenas difiere del original vienés en la marcación más pareja y pesante de los tres tiempos.

En el mundo del tango, el vals también ocupa un lugar destacado. Desde aquellas variantes criollas de comienzos de este siglo, el género evoluciona hasta alcanzar su máximo refinamiento con Héctor Stamponi. Merecidamente llamado El Strauss del tango, Stamponi fue el inspirado creador de Pedacito de cielo o Flor de lino, entre otras joyitas, que se sumaron a clásicos de antología como Desde el alma, de Rosita Melo, Sueño de juventud, de Discépolo, y tantos más. El vals peruano, con el púm, chan, chan a cargo de la guitarra, se constituyó en un mundo aparte en el florido universo de los tres tiempos. Dice el compositor Lucho González, ex guitarrista de Chabuca Granda: Chabuca me enseñó a comprender el origen del vals en el Perú.

El tempo de vals nos llega a través del vals vienés, que era el rock de la época. El pueblo observaba cómo se bailaba a través de los ventanales, en pisos muy encerados: las parejas giraban y entraban en éxtasis. Músicos como Sacco, Bocanegra y Felipe Pingo tomaron ese ritmo, pero ocurre que en nuestros pisos de adobe era imposible deslizarse. Y así empezó el vals peruano con su estilo pisado, picadito, que se baila más junto y con más movimiento de cadera. También la presencia del negro le da naturalmente una mayor irregularidad. Johann Strauss murió hace hoy cien años. Esta noche la Filarmónica de Viena honrará su vigencia a toda orquesta. Y el 9 y el 10 de este mes, Buenos Aires entero se mecerá con la Strauss Festival Orchester Wien dirigida por Peter Guth en el teatro Coliseo. En un funeral multitudinario, Strauss fue enterrado junto a las tumbas de Franz Schubert y Johannes Brahms, quien consideraba a su colega especializado en música bailable el cerebro más musical de Europa. Palabra de Brahms.

GABRIEL SENANES

Clarín.com Edición Jueves 03.06.1999

 

 
 
 
 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
     
 

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